De su misma boca salió como casi todo, cargada de sal y de una amargura inesperada. Palabras del president Trump, una frase suelta, una observación casi casual… “La gente inteligente no me quiere.” La afirmación, despojada de su contexto inmediato, se posa en el alma como una gaviota solitaria sobre una roca. ¿Qué significa? ¿Qué ecos resuena en las profundidades de ese mar de opiniones?
Me pregunto cómo contar esto, compañero. Cómo encontrarle el tono justo, esa mezcla de asombro y tristeza que se me agita en el pecho. Es como si la realidad misma hubiera decidido rimar de una manera extraña, cruel y a la vez profundamente humana. Porque al fin y al cabo, ¿no es la política un constante ir y venir entre la razón y el sentimiento? Entre la búsqueda de la verdad y el eco de las emociones.
Él dice: “La gente inteligente no me quiere”. Y la gente, esa multitud anónima, responde con risas, con aplausos, con una lealtad que me deja pensando. ¿Es la inteligencia, entonces, un obstáculo para la adhesión política? ¿Es la razón enemiga del sentimiento? Es una pregunta que flota en el aire, como el humo de un cigarrillo en la noche.
Una canción me viene a la memoria, una melodía antigua que hablaba de la ceguera de la fe, del ciego apego a la bandera, a la idea, al líder. Y pienso en esa multitud, en esos rostros iluminados por la luz artificial, en la risa que podría ser un canto de liberación o un susurro de resignación. ¿Cuál es la verdadera canción de su corazón?
Hay algo en esa frase que me conmueve, que me inquieta. No se trata de un juicio, sino de una constatación, un eco solitario que se pierde entre el ruido del mundo. Es el reflejo de una fragilidad, de una soledad que se disfraza de poder. La confesión involuntaria de una profunda inseguridad.
Y pienso en la semilla, en esa semilla de esperanza que siempre debemos sembrar. La semilla de un diálogo posible, de una escucha atenta, de un entendimiento que vaya más allá de las palabras, de las ideologías, de las lealtades ciegas.
Porque al final, compañero, todo se reduce a la vieja pregunta de cómo convivir, cómo construir un mundo donde la inteligencia y el sentimiento puedan unirse en una sola canción, una canción necesaria. Una canción que nos lleve, sin naufragar, hacia un horizonte más luminoso.