El Rey se Desnuda Bajo el Cielo de Nevada
La cosa es que, en esa ciudad donde los sueños se forjan y se rompen con la misma facilidad que un vaso de cristal barato, un tal Terence Crawford, conocido como ‘Bud’, el “fantasmal” de Omaha, se plantó en el ring con la guapería de quien sabe que viene a robar, no a pedir permiso. Y vaya si robó. Se llevó por delante a Saúl “Canelo” Álvarez, ese ídolo de masas que creía tener el reinado asegurado, y le arrebató no solo sus cinturones, sino también un trozo de esa aureola dorada que lo rodeaba.
Crawford, con 37 años y la sabiduría curtida de quien ha bailado más de una vez con la fea, demostró que la edad es solo un número cuando la técnica y la voluntad van de la mano. Se plantó allí, en el corazón de Las Vegas, ante 70 mil almas que coreaban el nombre del tapatío, y con la elegancia de un torero en su faena, le dio una lección de boxeo que olió a aguardiente barato y a poesía de la mala. No vino a cobrar el cheque fácil, no señor. Vino a escribir su nombre con letras de oro en la historia, y vaya si lo hizo.
La Noche que el Fantasma se Convirtió en Rey
Esto fue más que una pelea, colega. Fue un tango a tres bandas: Crawford, Canelo, y la mismísima Muerte, que seguro observaba desde algún palco VIP, brindando con un tequila añejo. Crawford, ese que sobrevivió a una bala en la cabeza hace años, demostró que hay balas que matan y otras que curten. Y él, él se curtió. No se amilanó ante la multitud, ni ante el campeón indiscutido, ni ante el peso de las expectativas. Salió con la calma de quien sabe que tiene la llave maestra.
Y la usó. Combino, esquivó, contraatacó. Hizo que Canelo, el “Canelo” de las cuatro fajas, pareciera un niño jugando a los gigantes. Se paseó por el ring como un rey pasea por su palacio, mientras el mexicano, con cara de desconcierto, buscaba respuestas en las cuerdas y en la esquina, donde seguro las respuestas se ahogaban en un mar de cerveza tibia y consejos inútiles.
“Floyd Mayweather Jr. fue el mejor de su era, yo soy el mejor de la mía”, soltó Crawford en la rueda de prensa, con esa ironía que le sienta como un traje a medida. Y no le falta razón. Cuando la vida te da balas, tú haces balas de plata. Y Crawford, amigo mío, es un artesano de las balas que matan reputaciones y forjan leyendas.
El Último Adiós a la Invencibilidad de Canelo
Canelo, ese campeón que todos admirábamos por su temple y su garra, anoche se vio superado. La noche se le hizo larga, como una resaca de lunes por la mañana. Crawford le desnudó el alma boxística, le sacó a relucir los fantasmas que seguramente le rondaban en las noches, esos que le recuerdan a Bivol, a Mayweather, a Lara. Esos fantasmas que anoche volvieron con furia desatada, disfrazados de guantes de seda y puños de acero.
Al final, las tarjetas de los jueces cantaron la verdad de lo que vimos: una victoria contundente, unánime, un paseo triunfal para Crawford. El de Omaha se une al selecto club de los que tocaron el cielo de las tres divisiones, y lo hizo con la maestría de un poeta que recita versos torcidos pero certeros.
Así que, si buscas verdades sencillas, vete a la bolsa de valores. Pero si quieres entender de la vida, del amor, de la derrota y de la gloria, mira al boxeo. Mira a un hombre que se levanta de la lona, que esquiva las balas de la vida y las transforma en triunfos. Mira a Terence Crawford, el nuevo rey, el ladrón de sueños, el poeta del ring que anoche nos regaló una noche de esas que se guardan en el alma, como el humo de un buen cigarrillo en un bar que ya debería haber cerrado. Y que la próxima vez que vean a Canelo, recuerden que hasta los ídolos tienen sus fantasmas, y a veces, estos vienen con el nombre de ‘Bud’ Crawford. ¡Salud!