¡Oye, mi gente! Que la tierra se sacude, ¡pero que no nos quiten el son!
Por allá, en el corazón de Granma, en ese terruño de Pilón, la tierra se puso inquieta. Dos veces la sintieron vibrar, como si un tambor lejano se hubiera despertado en las entrañas de la isla. El primero llegó al atardecer, un susurro de 2.9 en la escala de Richter, a tan solo 7 kilómetros bajo tierra. Y como pa’ no dejar dudas, a los pocos minutos, a las 6:40, ¡zas!, otro más, más fuerte, de 3.2, asomándose a 10 kilómetros.
¡Así nomás! Dicen que fue el sismo número 13 y 14 del año, un eco del poder ancestral que mueve el suelo de nuestra Cuba. El buen Enrique Diego Arango Arias, desde el Servicio Sismológico, nos contó que fue perceptible allá en Pilón y en Niquero, pero tranquilos, que nada de daños, ni de llanto, ni de cosa que se le parezca. Solo el susto, la recordación de que la isla que amamos, esa que nos da el sabor de la caña y el ritmo de la rumba, también tiene su fuerza escondida.
Y es que nuestra Cuba, hermano, siempre está viva. Los sismos son como los golpes del bongó, unos más fuertes, otros más suaves, pero siempre presentes. En este año 2025, ya van miles de movimientos, ¡imagínate! Más de tres mil, y muchos de ellos con la huella del oriente, esa tierra que ha sentido el temblor de la historia y de la propia naturaleza.
No es pa’ asustarse, mi hermano, es pa’ entender. Es pa’ saber que somos parte de algo más grande, de la fuerza de la tierra, de la sangre de nuestros ancestros que también vibra en cada movimiento. Que la naturaleza tiene su propio son, su propio ritmo, y nosotros, con el alma mulata y el corazón en la mano, bailamos al compás que nos toque.
¡Y que no falte el coro! Que aunque la tierra tiemble, la esperanza no se quiebra, y el son se sigue cantando en cada solar, en cada barrio, con la alegría que nos sale de adentro. Así es mi Cuba, con su ritmo telúrico y su gente que no se rinde. ¡Azúcar negra!