La noticia llegó con el rumor del viento marino, una brisa que prometía mover las velas de los sueños en Pinar del Río y Santa Clara. La voz de las Naciones Unidas, eco lejano pero firme, trae consigo un programa llamado Crece, una semilla que busca germinar en la tierra fértil de las Mipymes y los cuentapropistas cubanos. El Banco Popular de Ahorro, como un viejo guardián de la costa, extiende sus brazos para guiar este impulso.
Se habla de financiamiento en moneda nacional, de agilidad para quien labra su camino con esfuerzo y tenacidad. Una oportunidad que brota como flor en el asfalto, prometiendo crecer, tal vez, sin pedir mucho, solo un poco de fe y un buen comportamiento de pago. Se escuchan palabras de tasas favorables, de garantías que se adaptan, pensando en la inclusión, en las mujeres que remarcan el rumbo, en los jóvenes que buscan su horizonte, en los vulnerables que merecen un puerto seguro.
Pero en la cubierta de este barco, mientras la luna ilumina las aguas, uno no puede evitar mirar el vaivén de la marea. El dinero viene de afuera, sí, en euros y dólares que brillan como estrellas en la noche, pero aquí, en la tierra, se transforma en pesos cubanos. Y ahí es donde la sal del mar se vuelve amarga, donde la corriente empieza a tirar en otra dirección.
La tasa oficial, un viejo ancla que a veces nos deja varados, marca un precio para el dólar que la realidad del mercado ignora, que lo deja muy atrás, como una estela desvanecida. Se preguntan los que tienen barcos pequeños y grandes sueños: ¿qué se puede comprar con este peso, cuando el sol del mercado informal calienta a otra temperatura?
Es como si nos dieran un mapa del tesoro, pero el tesoro estuviera marcado con una X en una isla lejana, y la barca que nos lleva solo pudiera navegar a medias. La buena voluntad, ese faro que guía en la tormenta, se encuentra con la duda, ese arrecife oculto que puede hacer zozobrar hasta la embarcación más firme.
Uno lee esto y piensa en la tenacidad de la gente. En esa gente que, a pesar de las tormentas, sigue remando. Que busca en cada oportunidad un lugar para echar el ancla y construir su refugio. La canción necesaria no se detiene en las cifras, se detiene en la mirada del que emprende, en el sudor que moja la frente, en la esperanza que, a pesar de todo, se niega a naufragar.
Porque al final, ¿de qué sirve un crédito si el valor de lo que se adquiere se diluye como arena entre los dedos? Es una pregunta que flota en el aire, como la sal en la brisa. Un desafío que invita a pensar, a mirar más allá del muelle, a buscar formas de que la semilla que llega, realmente, pueda crecer hacia el cielo. Y que el canto de la esperanza no se ahogue en el murmullo del mar.