¡Levy se salvó del calabozo!
Dime, hermano, échate este cuento: William Levy se metió en un lío tremendo en un restaurante de Weston, Florida. ¡El Baires Grill, ni más ni menos! Según la cháchara de la calle, el tipo estaba “visiblemente intoxicado”, armó un relajo de cuidado, y hasta le pusieron cargos por conducta desordenada y entrada ilegal al local.
La abogada, un ángel de la guarda
Pero resulta que la abogada de Levy, una mujer que debe tener más contactos que una central telefónica, le buscó una salida elegante al asunto: un programa de derivación. ¿Qué es eso? Pues, para que te enteres, es como una especie de “chancita” legal para los que se meten en problemas por primera vez. En vez de ir a juicio, Levy tiene que cumplir con ciertas condiciones, como ir a clases, hacer servicio comunitario, o hasta ir a rehabilitación por el alcohol, según sea el caso. Si cumple, ¡zas! Se borra el incidente como si nunca hubiera pasado.
¿Y qué pasó con el juicio?
El juicio, asere, se quedó esperando. La fiscalía aceptó la propuesta de la abogada, y Levy se apuntó al programa. Si cumple con todo lo que le pidan (que se supone debe ser en septiembre), ¡adiós, problemas! Se cierra el caso sin manchitas en su historial. ¡Como si fuera un juego de dominó, pero con reglas un poco diferentes!
No es el primero ni el último
Mira, esta talla de los programas de derivación no es nada nuevo en Estados Unidos. Es una manera de evitar que los tribunales se colapsen con casos menores, y de darle una segunda oportunidad a la gente que se portó mal, pero sin antecedentes penales. Claro, tiene que ser la primera vez, y sin antecedentes delictivos. Como quien dice, es una bendición para muchos, pero hay que ser pilas para no caer de nuevo.
¿Qué aprendimos de esto?
Al final del día, la historia de Levy nos enseña que hasta en los líos más grandes se puede encontrar una salida, sobre todo si tienes una buena abogada. Aunque, de todas formas, lo mejor es evitar llegar a estas situaciones, eh… Mejor, a disfrutar de la vida con responsabilidad, sin andar “pinchando” donde no te llaman. ¡Que tú sabes!