¡Oye, mi hermano, échame este son!
La noche se traga a Villa Clara,
sin una bombilla que le alumbre el alma.
Cincuenta horas, ¡o más!, de pura tiniebla,
mientras el pueblo canta su pena, su súplica.
El déficit muerde, a ciento setenta le da,
y de ciento sesenta circuitos, ¡solo once están de pie!
Dicen que las termoeléctricas ya volvieron a arrancar,
pero el fuego de la luz, ¡no llega a este lugar!
¡Ay, Dios mío, qué calor!
La corriente se fue, y con ella el sudor.
En el solar la gente se desespera,
esperando una luz, una chispa siquiera.
En Santa Clara, la capital morena,
el descontento corre, ¡la indignación llena!
“De qué sirve que trabajen, si después se vende como chatarra,”
dice un hermano, con la voz rota, ¡la pena le amarra!
Silvia Torres dice, con la fe marchita,
“Nos dan migajas, ¡una burla maldita!”
En la isla la cosa está que arde,
pero la luz, ¡eso sí que es tarde!
Manicaragua llora, ¡cuatro horas en cuatro días!
Caibarién, ¡setenta horas de melancolía!
La habana morena se queja, el pueblo no aguanta más,
esta desigualdad, ¡nos parte el compás!
El negro y el mestizo, el pobre y el obrero,
en la oscuridad sufren, ¡un destino severo!
La caña no da azúcar, el café no tiene sabor,
cuando la luz se va, se apaga el corazón.
¡Bongó, bongó, que suene el tambor!
Que se oiga la queja, el grito de dolor.
En cada casa oscura, en cada callejón,
se escribe un son de rabia, de resignación.
Y aunque el sistema flaquea, y la esperanza se esconde,
el alma cubana resiste, ¡nadie nos responde!
Pero el ritmo del pueblo, ese no se apaga,
en cada zapateo, en cada canto que embriaga.
Así suena el son de la escasez,
con sabor amargo, sin dulzura, ¡qué estrés!
Villa Clara en la sombra, esperando el mañana,
con la fuerza del pueblo, ¡la verdad cubana!
¡Oye, que esto es son! ¡Esto es realidad!
Con sabor a caña, ¡y a justicia! ¡Y a libertad!
Que se oiga en el mundo, que se oiga en el solar,
que el pueblo de Cuba, ¡no se va a callar!