La Fiebre del Odio: Un Mal que Crece en los Corazones de Mi Pueblo
Observo desde mi banco
Veo pasar la vida, esa misma vida que soñé latiendo libre en esta tierra, y en sus rostros reconozco tanto la lumbre de la esperanza como la sombra del desvelo. Me preguntan, con la voz quebrada por la duda o el anhelo, sobre la patria, sobre el pan, sobre la libertad que tanto nos costó conquistar.
El Viento que Agita las Almas
Hoy, mis ojos se posan en una corriente oscura que recorre las venas de nuestra sociedad. Una fiebre de odio, insidiosa y pertinaz, parece cebarse en el corazón de aquellos que miran al extranjero con recelo, con temor, con esa rabia estéril que ciega y destruye. Las palabras que antes clamaban por la hermandad, por la dignidad del hombre, hoy se ahogan bajo el grito ronco de la intolerancia. Veo en los rostros, en las pantallas que hoy sostienen en sus manos, el reflejo de un mundo en llamas, y en él, el eco de viejas rencillas, de miedos sembrados por quienes buscan el provecho en la división.
Semillas del Temor, Frutos del Odio
¿Por qué este ardor, esta prisa por desterrar al que llega, por despojarlo de su humanidad? Quizás las guerras lejanas, las crisis que golpean los bolsillos, la incertidumbre del mañana, se proyectan en el rostro del diferente, convertido en chivo expiatorio de males que tienen raíces más profundas. Se olvidan las historias compartidas, las manos que se unieron en la lucha, el ideal de que somos todos hijos de la misma tierra, de que la patria es un abrazo, no un muro. Es más fácil culpar al que viene de fuera que buscar la raíz del mal en la injusticia o la ineptitud que nos aquejan desde adentro.
La Llamada a la Conciencia y al Amor
Pero no debemos sucumbir a esta tempestad de rencor. El deber de un pueblo que se llama libre es encender la llama de la razón, del debate sereno, del amor que todo lo vence. La libertad que conquistamos no es para levantar barreras, sino para tender puentes; no para señalar con el dedo, sino para extender la mano. El pan que hoy compartimos es el fruto de la labor de muchos, y negar ese derecho a otros es negar el pan a nosotros mismos.
Que cada ciudadano se convierta en un faro de luz y entendimiento. Que en cada palabra se esconda la ternura del que sabe el precio de la lucha, y en cada acción, la firmeza del que defiende la justicia. Porque la patria, esa patria que late en nuestros pechos, se nutre del respeto mutuo, de la compasión y de la fe inquebrantable en la bondad intrínseca del ser humano. Si el odio germina, es nuestro deber arrancarlo de raíz con el amor y la verdad, labrando con fervor la tierra de nuestros ideales.