La noticia me llegó como una brisa marina cargada de salitre y contradicciones. Haila Mompié, la voz que ha cantado al amor y a la revolución, ahora promociona Mercedes-Benz en Cuba. El anuncio, una sinfonía visual de acero pulido y cuero, resonó en mi alma con la fuerza de una guitarra desafinada. ¿Cómo cantar a la esperanza cuando la realidad golpea con la dureza de un oleaje inclemente?
Me pregunto cómo contar esto. Cómo encontrarle el tono. No se trata de juzgar a la artista, sino de observar el paisaje que se dibuja entre las líneas de este comercial. Es el reflejo de un espejo que muestra dos mundos, uno de brillo ostentoso y otro de sombras profundas, ambos existentes en la misma isla. La canción que susurra entre las imágenes es una balada amarga, un son que grita su silencio.
Hay una extraña poesía en la disonancia. La voz suave de Haila, entre los asientos de cuero, contraste con el eco de las necesidades que quedan sin satisfacer. Es como escuchar un bolero en un velatorio. Una belleza trágica que se alza como un faro en medio de la tormenta. ¿Acaso no es el deber del poeta buscar la luz aún en la oscuridad más impenetrable?
Uno se pregunta, ¿dónde están las semillas de la igualdad? ¿Dónde quedó el sueño colectivo, aquel que soñábamos bajo la luz de una misma luna? El anuncio es un fragmento de realidad, una pieza de un rompecabezas que aún no encaja. Habría que mirarlo con los ojos bien abiertos, como quien mira el mar buscando una respuesta a un clamor silenciado.
No hay respuestas fáciles, solo preguntas que laten como un corazón inquieto. ¿Qué es el lujo en un contexto de carencias? ¿Qué representa el canto de Haila en este escenario? ¿Es una traición a la sensibilidad? O ¿una estrategia de supervivencia? Quizás, al final, todo se reduce a la vieja pregunta de cómo vivir juntos sin dejarnos de querer.