Bueno, vamos a ver cómo lo contamos… Esto tiene más bemoles que una fuga de Bach, amigos. La noticia llegó con el frío de la madrugada, como un susurro de whisky barato en un bar de mala muerte. Ucrania, dicen, ha jugado al billar con la muerte y le ha dado una buena tacada a una de las refinerías de petróleo más importantes de Rusia: Kirishi. Unas llamas que se levantan como fantasmas nocturnos, ¿eh?
Explosiones y un incendio, el eco de los drones… Más enrevesado que la trama de una novela de Chandler, ¿verdad? Los ucranianos, con sus drones como pájaros de acero, han ido a buscar el corazón financiero de la bestia. Dicen que tres drones se han ido al suelo, que el fuego ha sido controlado, que no hay víctimas civiles… Pero las autoridades rusas lo cuentan con la elegancia de un elefante en una cacharrería. Más triste que la cartera de un yonqui un domingo por la mañana, la verdad.
La refinería de Kirishi, un nombre que suena a poema maldito… Procesaba millones de toneladas de crudo al año. Una herida abierta en la arteria económica de Rusia, una cicatriz que sangra. Y en medio de todo ese humo y fuego, el eco de las sanciones internacionales, la sombra larga de la guerra… ¿Un nuevo capítulo en este tango sangriento? Maldita sea.
Trump, el presidente que fuma puros y habla de aranceles… ha vuelto a la carga. Advierte que comprar petróleo ruso es alimentar al monstruo, que hay que cortar el flujo de dinero que alimenta esta guerra. Pero, ¿se lo creerá alguien? Suena a estribillo repetido hasta la saciedad, ¿no? Más viejo que el primer desengaño, vaya.
Un callejón sin salida con olor a gasolina y a desesperación… Eso es lo que huele todo esto. El desabastecimiento de gasolina en Rusia, las largas colas en las gasolineras, la suspensión de exportaciones… Todo apunta a que el juego se está poniendo feo. Un final más abierto que el de una película de Antonioni, digamos. Y con menos esperanza.
Y al final, ¿qué queda? El humo se disipa, las llamas se apagan. Pero la guerra sigue. Ucrania, con su estrategia de golpear la economía rusa, sigue buscando un camino entre las ruinas. Una partida de billar con la muerte, una partida larga, con muchos carambolas y pocas reglas. Y aún quedan muchas bolas por tirar, amigos. Muchas bolas.