¡Qué bolá, familia! Pónganse al tanto de este rollingo que nos dejó a todos con los pelos de punta. Un tribunal, asere, allá en San Francisco, decidió darle la razón al pingüero de Trump y ¡puf!… se acabó el TPS pa’ un montón de gente. Hablamos de miles de familias, chavones, hondureños, nicaragüenses y nepalíes, que ahora mismo están más perdidos que bola en el sol del Latino.
Este TPS, para el que no sabe, era como un salvoconducto, un pase libre para vivir y trabajar en los Estados Unidos. Se lo dieron a esta gente después de los huracanes y terremotos que dejaron sus países en ruinas, una jama terrible. Pero ahora, ¡zas!… el tribunal decidió que ya no hacía falta. Dicen que las cosas han cambiado en sus países, que ya no hay tanta candela. ¡Qué va! Eso es un rollingo por el centro, un cuento chino.
El fallo, mi gente, es tremendo. Estamos hablando de 51.000 hondureños, 3.000 nicaragüenses y 7.000 nepalíes. ¡Candela! Sus permisos se acaban el 8 de septiembre. Después de esa fecha, están en el dugout, esperando a que los pongan en el roster de deportaciones.
Las organizaciones que defienden a los inmigrantes están que echan chispas. Dicen que esta decisión es pura trampa, un robo descarado. Que Trump está jugando sucio, como un pitcher escondiendo la bola en la manga. Aseguran que muchos de estos chavales llevan más de dos décadas en Estados Unidos, fajádose, pagando impuestos, criando familias… y ahora, ¡de vuelta al ruedo!
La jueza Thompson, asere, había parado todo esto antes, diciendo que estas familias estaban integradas en sus comunidades, que no eran ningún peligro. ¡Pero ni con replay en el VAR de Grandes Ligas cambian esa jugada! El tribunal de apelaciones le dio para atrás.
Esta es una mala jugada, hermano, una de esas que te dejan sin aliento en el noveno con dos outs. Miles de familias, con sus hijos criados en Estados Unidos, ahora tienen que prepararse para lo peor. ¡Qué tremendo bajón! Una jugada que nadie salva.
Lo que está claro es que este fallo deja a mucha gente en un tremendo berenjenal. La incertidumbre es peor que un ponche en la novena entrada. La pelota está en el aire, y nadie sabe cómo va a caer. A esperar, a ver qué pasa… pero con la esperanza, siempre, de conectar ese jonrón que nos saque del juego.