El Tiempo de las Piedras Que No Lloran
Cuentan los viejos que en Holguín, bajo el sol inclemente que besa hasta los huesos, ocurrió un suceso que haría palidecer a los espectros más curtidos. Una anciana, cuyo nombre se perdió en el susurro del aire como una vela consumida, emprendió el último viaje, ese que todos hacemos solos, pero que en esta tierra parece que ya no se acompaña. Dejó este mundo a la medianoche, dicen, mientras el pueblo dormía un sueño turbulento, uno de esos sueños llenos de promesas rotas y mañanas inciertas. Y allí, en el umbral de su morada, como un objeto olvidado por el destino, su cuerpo esperó.
Quince Horas de Indiferencia Bajo el Cielo Caribeño
Quince horas. Un latido de existencia humana, dilatado hasta la eternidad en la espera de un servicio que es, ante todo, un acto de piedad. La hija, aferrada a la inmovilidad de su madre, lloraba una pena infinita, un lamento que se ahogaba en el silencio denso de la calle, donde los vecinos, con la mirada esquiva, sentían el peso de la vergüenza colectiva. Guillermo Rodríguez Sánchez, un hombre que lleva en el alma la bitácora de las desdichas de su pueblo, alzó la voz desde la trinchera de las redes sociales. Mostró al mundo la imagen cruda de la espera, un cuerpo inerte expuesto a la intemperie, bajo un sol que antes daba vida y ahora parecía burlarse de la muerte. Y en esa imagen, en esa denuncia desnuda, se reflejaba la descomposición lenta de un país que ha perdido hasta la capacidad de despedir a sus suyos con la dignidad mínima.
El Espejo Roto de la Dignidad Ausente
Las palabras de Magdiel Jorge Castro resonaron con la fuerza de un trueno lejano: “Si no hay dignidad para los vivos, ¿qué esperar para los muertos?”. Y Ninoska Pérez Castellón, con la pluma afilada como un bisturí, describió el despropósito: falta de luz, falta de agua, pero la proliferación de hoteles lujosos para un turismo fantasmal. Es la paradoja cubana, donde el progreso se mide en dólares y la miseria humana se esconde en los portales. El periódico ¡Ahora!, voz oficial de Holguín, ya había anunciado antes las grietas en el servicio fúnebre, las carrozas oxidada, la tardanza eterna. Era un aviso, una profecía de que los muertos tendrían que aprender a esperar.
La Memoria del Corazón y el Precio del Olvido
Porque no se trata solo de un cuerpo que espera. Se trata de la memoria del corazón que se quiebra, de la última mirada que no encuentra consuelo, del último adiós que se diluye en la bruma de la burocracia y el abandono. Es el precio que paga la isla por sus olvidos, por las promesas que se marchitaron como flores sin agua. Y así, en ese portal de Holguín, bajo el cielo inmenso y mudo, el tiempo se detuvo. El tiempo de los vivos, con sus afanes y sus dolores, y el tiempo de los muertos, que esperaban el último rito, un acto de humanidad que, quizás, ya no pertenece a este mundo. La espera se hizo fábula, la noticia se volvió elegía, un canto fúnebre para una tierra que parece haber olvidado hasta cómo llorar.