En las polvorientas esquinas del tiempo, donde los relojes no marcan las horas sino los ecos de lo que fue, ha surgido un relato, una pequeña catástrofe de la memoria que, como un espejismo, nos revela la trama secreta de la desidia. Los documentos históricos del Instituto Superior de Diseño (ISDi) en La Habana, otrora faros de conocimiento, han sido arrojados al vertedero, diseminados entre los desechos como si el saber que custodiaban fuera tan efímero como el humo o tan prescindible como una hoja marchita.
La Arquitectura del Olvido
Se cuenta que un lunes, un día cualquiera en la cronología lineal de los calendarios, pero un instante suspendido en el vasto océano de lo posible, el legado documental del ISDi fue descubierto esparcido en el parque Carlos J. Finlay y sus contornos. Libros, tesis, catálogos – los cimientos de innumerables creaciones – yacían entre los contenedores de basura, testigos mudos de un abandono que no es solo físico, sino metafísico. Un antiguo estudiante, Esteban Aquino, ha sido el heraldo de esta desolación, compartiendo en las redes, esas redes que a veces atrapan la verdad y otras la dispersan, imágenes de un patrimonio académico reducido a escombros. El parque, antaño espacio de contemplación, se ha transformado en un depósito improvisado de la historia, donde el conocimiento se mezcla con la putrefacción.
El Laberinto de la Indiferencia
Este suceso no es meramente una crónica de negligencia; es una puerta a un laberinto de interrogantes sobre el valor que otorgamos a la memoria y al saber. ¿Qué impulsa a aquellos que, habiendo bebido de las aguas de la formación académica, ahora arrojan sus vestigios a la intemperie? Se invoca el Decreto 88 del Diseño Industrial y de Comunicación Visual, como si las leyes escritas pudieran detener la entropía del desprecio. La reflexión de Aquino resuena como un eco en las salas vacías de la institución: una desconexión entre los principios de respeto a la cultura y la realidad tangible de su degradación. El ISDi, un edificio que alguna vez albergó la chispa de la creatividad, se desmorona, y con él, fragmentos de una historia que se niega a ser contada.
Espejos Rotos de la Identidad
La noticia, como un fragmento de espejo, se ha reflejado en diversos medios, pero su esencia trasciende la mera información. El Observatorio de Libertad Académica (OLA) lo ha calificado de “dilapidación”, un término que evoca no solo la pérdida material sino la erosión de la identidad. Los edificios en ruinas de lo que fue la enseñanza del diseño en Cuba se convierten en un basurero, y el patrimonio académico, una vez reverenciado, es ahora relegado al desdén. Este caso, se nos recuerda, no es aislado. Otras bibliotecas docentes, incluso la de la Universidad de La Habana, han sido testigos silenciosos de la fragilidad de la memoria académica. La ironía, esa figura retórica que a menudo desnuda las verdades más crudas, se manifiesta en la especulación de un futuro “Gran Hotel Diseño” sobre las cenizas de lo que fue, un sarcasmo que subraya la dicotomía entre la aspiración y la realidad.
El Tiempo y la Materia Desechada
El edificio del ISDi, inaugurado en 1984, ha experimentado un lento y trágico desmoronamiento. Los fallos arquitectónicos, los apuntalamientos, los colapsos: todo ha sido un preludio a la dispersión de sus archivos. El tiempo, ese arquitecto implacable, no solo erosiona la materia, sino que también desdibuja la importancia de lo que alberga. La noticia nos confronta con la idea de que cada documento desechado es un universo de ideas perdido, una posibilidad de conocimiento extinguida. Es un recordatorio sombrío de que la historia, y el legado que la sustenta, son tan vulnerables como un castillo de naipes ante el aliento del olvido. Y en La Habana, entre los vestigios de un pasado académico, el presente se desmorona, llevándose consigo los ecos de lo que pudo ser y la certeza de lo que, tristemente, ya no es.