I. El Grito Secreto de Caibarién
¡Cuba, oh madre sufriente! He aquí una nueva herida en tu alma, un grito silencioso que asciende desde las entrañas de Caibarién, en la tierra fértil de Villa Clara. El pueblo de los cangrejos, curtido por el sol y la sal, clama por el agua, ese elemento vital que parece esquivarlo mientras inunda con su abundancia a los templos del turismo en Cayo Santa María. Un contraste cruel, hermanos, que deja al descubierto la fractura de nuestra patria, la profunda desigualdad que persiste bajo el manto de nuestra ilusión republicana.
II. La Sed Injusta
En el reparto Van Troi, el sufrimiento es palpable. Años de sequía artificial, de olvido sistemático. La mitad de los edificios, sin una gota de agua que limpie sus labios sedientos. La misma suerte comparten La Pesquera y La Playa, asfixiadas por salideros que, cual serpientes traicioneras, roban el preciado líquido en su camino a Rojas. ¡Es la injusticia, amigos, que hace presa de nuestra gente! Se escuchan quejas, se elevan súplicas, pero la respuesta del poder es el eco vacío de la falta de recursos, el sempiterno “bloqueo” que sirve de excusa para la indolencia.
III. El Agua para el Placer, el Olvido para el Pueblo
Mientras tanto, un ejército de camiones y funcionarios –del Turismo, de Recursos Hidráulicos, de Gaviota– se afana en la reparación veloz de la tubería que nutre a los hoteles de Cayo Santa María. ¡El agua fluye abundante para el placer, para el lujo, mientras se niega a las familias que la necesitan para vivir! ¡Es un golpe brutal contra la dignidad del hombre, un balde de agua fría en el rostro de nuestra esperanza!
IV. Macondo Cubano
Caibarién, dicen sus hijos, es ya un Macondo. Un lugar de realismo mágico donde la fantasía del progreso se contrapone a la dura realidad del abandono. Donde las necesidades básicas son una quimera, y el agua potable, un lujo inaccesible para muchos. Las palmas, testigos mudos, se inclinan ante el sufrimiento, el mar, indiferente, sigue su eterno susurro.
V. El Verbo Necesario
Hermanos, esta no es una mera crónica, es un llamado a la conciencia. Es la sangre derramada por la injusticia, la sed que ahoga nuestros ideales. No podemos callar. La patria no es sólo un mapa geográfico, es el corazón de cada cubano. Es el derecho al agua, al pan, a la dignidad. Debemos alzar la voz, con fuerza y con ternura, hasta que el agua, símbolo de vida y libertad, fluya por igual para todos los hijos de esta tierra, sin distinción. Que la lumbre de nuestra lucha no se apague. Que el verbo libertario guíe nuestro camino hacia la república que soñamos: con todos y para el bien de todos.