¡Oye, mi hermano, échame este son! Así como suena el tambor, te lo digo…
La calle está diciendo, el solar está cantando…
¡Ay, mi Cuba, qué son tan amargo! De caña dulce y lágrimas saladas, mezcla de sangre negra y española, un sabor agridulce que quema en las entrañas.
¡Ay, mi Cuba!
En el central, el sol cae a plomo, el obrero suda, la tierra se queja. La mulata baila al ritmo del tambor, pero sus ojos reflejan la pena de la gente.
¡Ay, mi gente!
Shangó ruge en el bemba, Yemayá llora en el mar, los santos escuchan el clamor del pueblo, la protesta que se alza en un grito ahogado.
¡Ay, Cuba, tierra de mis amores!
El son se alza en las calles, un pregón de esperanza en medio del dolor, la rumba se mezcla con la tristeza, pero el ritmo no se detiene, no se rinde.
¡Rumba, rumba, que la vida nos espera!
Del solar al cabaret, la caña se convierte en azúcar, pero la dulzura se mezcla con la amargura, la riqueza con la pobreza, la opulencia con la miseria.
¡Ay, mi Cuba, qué paradoja tan cruel!
Pero la esperanza no se apaga, la semilla de la libertad germina en el suelo, y aunque el camino sea largo y difícil, el pueblo cubano sigue luchando, sigue soñando.
¡Canta, pueblo mío, que el son es la fuerza!
¡Ay, mi Cuba, qué son tan amargo! Un son que nace del corazón, de la raíz negra, de la mezcla valiente, un son de protesta, un son de esperanza.
¡Ay, mi Cuba!
¡Ay, mi Cuba, qué son tan amargo!… Pero lleno de fe!